martes, 21 de diciembre de 2010


Mi cinismo estetizado y pretencioso me resultaba entretenido. Incluso me resultaba lucrativo. Era un modo de desnudar ciertas contradicciones –no se trata de convertir en hagiográfica la gestión kirchnerista– y también un modo de provocar. Entonces fueron surgiendo lo que los camaradas marxistas llamarían
«contradicciones». Era el único cínico «estetizado y pretencioso» en un mundo de imbéciles brutalizados por un cinismo que sólo era la implantación más grotesca de los peores ideologemas noventistas. Me leían y me rodeaban individuos que no eran cínicos por opción ni prejuicio, sino porque no podían ser otra cosa. Althusser se hubiera hecho un festín, pero yo me estaba quedando solo, o peor, rodeado de interlocutores inválidos. Voces ineptas. Gente aburrida. Gris.
Esto no se trata del discurso de un converso, sino del discurso de alguien espantado al encontrarse rodeado de imbéciles. De amas de casa. De sujetos que oscilan entre un idealismo inútil por impracticable y una postura apolítica –la otra gran mentira ideológica de los noventa– por abulia moral. No se puede estar donde el Poder te pide que estés.

Minuto 89, en La Maquiladora