sábado, 13 de octubre de 2012

En la red


Lo que publico se puede ver acá.

Lo que hablo se puede escuchar acá.

Lo que llamaríamos
trayectoria está acá.

Aquello que tiene que ver con No Alimenten al Troll (Tamarisco, 2012) se puede ver acá.


Todo lo demás está en Google.




jueves, 3 de noviembre de 2011

Hasta su propia madre –Lucie Ceccaldi, la mujer que dio por muerta luego de que lo abandonara en manos de su abuela, de quien Houellebecq tomó su apellido– publicaría un libro en su contra, ofendida por algunos paralelismos autobiográficos en Las partículas elementales.

Sin embargo, los fríos mecanicismos sociales y la imposibilidad de sostener experiencias sensibles volverían a sedimentarse en su próxima novela, Plataforma (2001). 
Con ese retrato de un mercado globalizado de la demanda y la oferta sexual –donde los adultos liberales de los países centrales consumen el único “capital humano” del que disponen todos los menores de los países más periféricos–, Houellebecq volvió a ser acusado, esta vez, de celebrar ese mismo espejo ante el que sus lectores no podían dejar de fascinarse (las ediciones de la novela se imprimían casi a la misma velocidad que se agotaban).

Lacónico, se radicó sucesivamente en Irlanda y en España. Para evitar impuestos, persecuciones y el ruido que él mismo genera cuando es necesario, como con la publicación de la novela La posibilidad de una isla (2005). Supuestos sabotajes editoriales, contratos millonarios, traducciones a 35 idiomas y una película dirigida por el propio escritor tres años después, entonces, demostraron hasta qué punto los hilos del “escándalo mediático” también podían ser manipulados a su propio gusto.

El desprecio público lo alimentaba, y esa dieta parecía hacer más adictos a sus lectores, aún a riesgo de opacar el rédito estético de uno de sus trabajos más acabados. Con un Houellebecq a pleno en un mundo de humoristas, clones, ninfomaníacas y gurúes new age, el francés volvía a lanzar sus latigazos.


Michel Houellebecq, bestseller, misántropo y poeta

martes, 25 de octubre de 2011

#Findelperiodismo y otras autopsias digitales.
Una selección de ensayos publicados en Amphibia.
Podés leerlos donde quieras y cuando quieras haciendo click acá.


A la luz de sus últimos intentos, Pigmeo parece ser la última novela en la que Chuck Palahniuk apuesta con todas sus armas a revalidar su título de “escritor de una generación” –los 90, en su versión occidental globalizada–, después del éxito fenomenal de El club de la pelea (1996), y de una recepción más que buena, entre críticos y lectores, de colecciones de relatos non-fiction como los reunidos en Error humano (2004).

Producto de una estética donde lo “excesivo” todavía funcionaba como metáfora de una época y como usina para poner en marcha a cualquier personaje, Snuff (2008) –sobre el mundo de la industria pornográfica–, Rant (2007) –sobre un criminal que deja una huella profética en un futuro demasiado teñido de J. G. Ballard– y Fantasmas (2005) –una genial serie de cuentos con una trama común– delinearon para este escritor algo que, entre sus millones de lectores, comenzó a sonar como la extraña repetición de sí mismo, pero en numerosas versiones.


Un fantasma ajeno para ver monstruos propios

viernes, 7 de octubre de 2011

Palpitante, lo que el Capitalismo ofrece a través del imaginario conmovido de sus medios no es otra cosa que una representación de la muerte de Steve Jobs en el Capitalismo, pero como parte y no como todo.

Ese es el registro trágico de la ascesis privada de su renuncia: su épica hagiográfica –incluida la unción de su discípulo más fiel, Tim Cook–; la carta imbuida en la fe de los profetas y los mártires: “los días más brillantes e innovadores de Apple están por delante”. La ilusión de que todo continuará, siempre, más allá de la muerte.


Lo que muere con Steve Jobs
Oyola no escribe como quien le propone a la metrópoli un tour sensible y sociológicamente volátil por la castigada periferia bonaerense, sino como quien retrata existencias capaces de interpelar más allá de lo anecdótico y lo superficial. Fiel a ese universo, Kryptonita propone un giro: ¿qué pasa cuando los objetos culturales de la metrópoli son “absorbidos” por esa periferia? ¿Qué nuevas voces se activan? ¿Y qué se vuelven capaces de decir?

Sería inútil (pero muy posible) pensar Kryptonita como una novela de tesis sobre la que orbitaran conceptos como los “híbridos culturales”, acerca de los que escribió el filósofo Néstor García Canclini. Inútil porque a Kryptonita no le interesa narrar abstracciones, sino las castigadas vidas terrenales de los integrantes de la banda criminal de Pinino –apodado “Nafta Súper”–, mientras le dejan entrever a un azorado médico del Hospital Paroissien, en Isidro Casanova, que no son más que una liga de superhéroes, con sus propias versiones de Superman o Batman, enfrentados a su vez con versiones autóctonas de archienemigos como el Guasón.


Kryptonita, de Leonardo Oyola.