domingo, 23 de enero de 2011


I
Paolo el Rockero está vivo y felizmente radicado en YouTube. No es un destino extraño para una figura abandonada por su época. En ese Hades digital para las almas perdidas del humor también habitan glorias norteamericanas como Pee-Wee Herman y otras más autóctonas como Mac Phantom. Pero el caso de Paolo el Rockero tiene varias particularidades.
En principio –no hay que temer demasiado castigo divino al decirlo de un modo borgeano– está el problema del tiempo. Juan Verdaguer, por ejemplo, vivió su carrera como humorista en los años cincuenta y sesenta. Nadie podría dudarlo. Alberto Olmedo y Jorge Porcel lo hicieron durante los setenta. El propio Mac Phantom surfeó el éxito de su vieja ola de sonidos en los ochenta. Con Paolo el Rockero, en cambio, la cuestión es más compleja. Como esos personajes de Kafka o Walser, Paolo el Rockero siempre representó el horror de un sujeto perdido en su época. Paolo siempre fue literalmente extemporal. Un ser atrapado en medio de etapas históricas inconexas.

II
A veces la democracia regresa demasiado tarde y tu personaje loooco, loooco de café concert se convierte en un manifiesto tardío de la cultura cannabis, el libertinaje del rock y el espíritu pacifista del hippismo. A veces te convertís en el primer abanderado cultural de las drogas recreativas –y bajo esa vanguardia humorística argentina conocés a Charly García, que ya se curó, y a Pappo Napolitano, que ya se mató– y veinte años más tarde terminás una temporada en el hospital neuropsiquiátrico José Tiburcio Borda, loooco, loooco. En el medio hubo un vórtex temporal que te devoró, como en los cuentos de Lovecraft. El cannabis ya se puede consumir en privado, los rockeros son magnates y los pacifistas; bueno, nadie sabe muy bien qué pasó con ellos. ¿Cuál es tu nombre? ¿Eras ese personaje satélite de algunos capocómicos que hoy tienen olor a naftalina?