martes, 15 de febrero de 2011


Sarmiento ha sido leído como un largo andamiaje de citas cultas incorrectas y también de traducciones no del todo ajustadas al original. En su defensa, podrá decirse que el autodidactismo de quien zigzagueó ocupaciones como maestro, soldado, político, diplomático, periodista y escritor necesariamente tendría sus zonas grises. No es un rasgo menor, e incluso sea el más característico en cierta clase de genios.

Aún así, decenas de lupas han rastrillado su obra a la búsqueda de aquel filamento donde, como escribió uno de sus más agudos lectores, Ricardo Piglia, “la barbarie corroa el gesto erudito”. Y no es difícil imaginar al sanjuanino aceptar el desafío con entusiasmo. Sin embargo, fue el español Juan Martínez Villergas uno de los pocos en comprobar su viva reacción al publicar en 1853 el folletín Sarmenticidio (reeditado ahora por Simurg), con algunas de las más furibundas objeciones que Sarmiento recibiera tras la aparición de sus Viajes por Europa, África y América (1845-1847).

Escrita por encargo por un español residente en Buenos Aires, ofendido por las apreciaciones que el padre del aula había hecho de España –que ubicaba última “en la escala de los pueblos civilizados”–, Sarmenticidio tuvo gran repercusión en Chile, Montevideo y París. De ahí que Sarmiento llamara a la pluma de Villergas “un garrote nudoso”. “Tiene tanto talento, tanta imaginación… que se pierde de vista”, lo atacaba el español, inaugurando el eslabón más primitivo de esa larga tradición crítica que ha disputado la óptica resuelta y binaria con la que Sarmiento construyó la cultura y el país de su época.


Revista Ñ, 12-02-11