jueves, 30 de diciembre de 2010


El Daily Mail es ese modo en que la prensa inglesa sintetiza cada día y hasta el paroxismo la fusión definitiva entre entretenimiento y realidad. Realidades, por supuesto, construidas desde el Daily Mail. Realidades de baja densidad cuya existencia se propone ontológicamente como un pasaje instantáneo hacia el entretenimiento. Por eso, cualquier título diario de la crónica policial del Daily Mail convierte lo más amarillo de la prensa latina en un pálido limonado.

Revisemos algunos:
«Mother gives birth in airport toilet, strangles the baby, dumps its corpse in a bin… then catches flight out».
Otro:
«Innocent grandmother sues police for £7,000 after being sprayed in the face with CS gas».
Uno más:
«Gunman shot dead by police after armed siege was ‘loner with history of drug abuse’».

Crónica policial de vanguardia

domingo, 26 de diciembre de 2010

La Europa decimonónica de Umberto Eco en El cementerio de Praga es un universo asomado a su propio abismo. El fin de las monarquías, las revoluciones de las que nacerán los estados modernos, el comunismo, el psicoanálisis, la imparable secularización de la sociedad: ninguno de los grandes eventos culturales son ajenos al diario en primera persona del huraño e intratable Simone Simonini. Un narrador a través del que, con un tono lacerante y cínico, que incluso los fans del televisivo doctor House podrán reconocer de inmediato, el escritor italiano juega a desmontar los escondites contemporáneos de aquello que él mismo ya ha analizado bajo la forma de lo políticamente correcto.

El cementerio de Praga

viernes, 24 de diciembre de 2010

Por supuesto, los autógrafos de puño y letra de cualquiera de los Beatles a la vista tienen un poder magnético único. Pero no faltan otros objetos maravillosos, cargados con buena parte de la energía de su historia. Entre ellos, un pedazo del escenario del Star Club de Hamburgo, Alemania, donde la banda tocó antes de alcanzar la fama mundial; una baldosa del antiguo orfanato Strawberry Fields, que sirvió de inspiración para una de las canciones legendarias del conjunto, y hasta un ladrillo del pub The Cavern original. “Lo que más me costó conseguir es la baldosa de Strawberry Fields; y el más caro, no lo sé, hay colecciones de figuritas que cuestan mucho dinero, algunos discos también, autógrafos, cheques firmados por Harrison o Ringo…”

El primer museo de los Beatles en Latinoamérica está en Buenos Aires

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Esto le gustaría a Enrique Vila-Matas y a sus máquinas de escritura portátiles: Wikileaks revela al sistema de espionaje americano bajo la forma de una enorme máquina de producir textos. Pero no textos analíticos –tal vez hoy los aparatos de inteligencia globales le deban más al imaginario de lo infranqueable y contundente instalado desde el cine de Hollywood que a sí mismos– sino textos producidos alrededor de percepciones frívolas y triviales. “Chismes y rumores”, como dijo Hillary Clinton. Más escritos sobre cuerpos –a la manera de Kafka– que sobre proyectos estratégicos.

Pero una máquina infinita –y portátil a través de todos los edificios diplomáticos del mundo– de producir textos implica por lógica interrogarse acerca de los modos en que esos textos son escritos y leídos. ¿Cuál es el criterio de «valor» a la hora de escribir estos textos? ¿A qué «competencias de lectura» apelan estos textos?

Wikileaks a contrapelo
Tuve una oportunidad anterior de conversar por teléfono con Campanella hace unos meses. Acababa de salir El secreto de sus ojos y la gente iba a verla al cine con un ritmo inédito. Me parecía interesante “el fenómeno” -la doxa del periodismo impone su discurso: fenómeno- porque, en la ciudad desde la que escribo, a la gente le dicen que, en realidad, es pueblo y que su único entretenimiento legítimo es consumir mierda por televisión. Por aquella época sabía que Campanella dirigía House. Uno de esos datos que imponen presencia.

72 horas después del Oscar
Supongo que un análisis sobre la fusión entre la industria del entretenimiento porno y el resto de la industria del entretenimiento ya ha sido contado. Sabemos —si no viven en la ignominia de la #derrotacultural y no lo saben todavía— que la industria del porno ha sido la vanguardia de todas las conquistas técnicas del siglo XX —a excepción, tal vez, de la bomba atómica— y que no sólo el tipo de banda de emisión televisiva, sino el formato completo de video y casi todo el desarrollo del comercio electrónico y la dinámica de intercambio de archivos P2P se lo debemos a la industria del porno. Salman Rushdie defiende la pornografía como indicador de la libertad de expresión. Lo dice Wikipedia. Y es en Wikipedia donde quería acabar.

Wikipedia y pornografía (vía hikikomoris) en Amphibia
Internet ya es una plataforma tan integrada a la praxis cotidiana que ni siquiera debería cometerse el error hagiográfico de nombrarla con mayúscula. La brecha es entre quienes no ignoran que lo real también es lo virtual y quienes todavía imaginan que internet es una especie de juguete pasatista e ingenuo, como un yo-yo. Escribo en diciembre de 2010: el cúmulo de acciones y discursos que definen prácticamente cada ser-en-el-mundo tiene un correlato dinámico “en y con” la web. Diciembre de 2010. Casi dos décadas ininterrumpidas de desarrollo y expansión de todo aquello polimorfo y abrasivo que podríamos llamar internet. Escribo atravesado por una época en la que existen matrimonios que se conocieron por internet y enemigos que se conocieron por internet. Yo mismo he participado de libros convocados, escritos y corregidos a través de internet. Se gestan grupos sociales, intelectuales, de trabajo y de boludeo –también de boludeo– en internet. Escribo en una época de “nativos digitales”. De sujetos –no necesariamente jóvenes– que reescriben los códigos de su educación sentimental, cultural y política surfeando el paradigma digital. Escribo en una época en la que “alienado” es una categoría clínica que describe con exactitud a quien todavía se considera extranjero en la web.

Militancia @ en Contraeditorial

No es raro que a alguien le caiga mal Mavrakis a partir del blog llamado Mavrakis y Valdés, donde compone un personaje por demás curioso: un gay desmelenado que es, por otra parte, un gorila y un reaccionario recalcitrante, un nostálgico del menemismo que exhibe sus contactos con la oligarquía, con la farándula y con los servicios de inteligencia. Es una especie de Cherasny (para los que vieron alguna vez a Cherasny por televisión), pero elegante y todavía más desaforado. Muchas veces pienso que todo es una broma, que el tipo quiere ver hasta dónde le creen, cuán fachos y cuán voyeuristas pueden ser sus lectores.

En La Lectora Provisoria

El mérito del paseo de Nicolás y Adrián en el relato Palermorama en seis vuelos rasantes, de Nicolás Mavrakis, es incorporar la palermidad a la forma, empapar la mirada de los que andan de una liviandad menos ligada a lo etéreo que a lo intrascendente.

En Página/12
Cuando la banda descubrió que todos sus otros temas editados hasta entonces podían descargarse gratis a través de Napster, encargaron un análisis más detallado: 335.435 usuarios de un aproximado de 25 millones en todo el mundo quedaron en la mira de los abogados de Metallica, sospechados de violar derechos de autor. La cruzada conservadora de los máximos tutores del heavy metal fue la punta de lanza para que varios sellos discográficos comenzaran la persecusión, judicialización y sanción económica -con amenazas de prisión- de decenas de usuarios en todos los Estados Unidos (la historia puede verse con detalles en el documental online del 2009 “RiP: A Remix Manifiesto”).

Metallica, esa banda de rednecks en Amphibia
¿Cuál cree que ha sido el gran motivo cultural por el cual la “palabra saturada” de Joyce se transformó en la “palabra enmudecida” de Beckett a lo largo del Siglo XX?

Enrique Vila-Matas respondió:


Sólo sé que de la epifanía fuimos a la afonía. Y aquí juzgo pertinente recordarle aquel momento de París no se acaba nunca en el que cuento que un día vi a Beckett en el Jardín de Luxemburgo. No tenía previsto que pudiera encontrármelo algún día. Sabía que no era un clásico muerto, sino alguien que vivía en París, pero siempre le había imaginado como una oscura presencia que sobrevolaba la ciudad, nunca como alguien al que uno se encuentra leyendo desesperado un periódico en un viejo parque frío y solitario. Le estuve espiando y vi que de vez en cuando pasaba página, y lo hacía con una especie de enojo tan grande y una energía tan intensa que si el Jardín de Luxemburgo entero hubiera temblado no nos habría extrañado nada. A llegar a la última página, se quedó entre absorto y ausente. Daba más miedo que antes. El amigo que me acompañaba en aquel espionaje me dijo: “Es el único que ha tenido el valor de mostrar que nuestra desesperación es tan grande que ni palabras tenemos para expresarla”. Entiendo, siempre que recuerdo esas palabras de mi amigo, que Beckett aún llevó más lejos el callejón de salida de Joyce, de quien fue, por cierto, secretario. “Ni palabras para expresarla”. Es una verdad a medias. Gracias a decir que no hay palabras, uno se anima a encontrarlas. Mi obra literaria se ha movido siempre en diferentes callejones sin salida, encontrando, de todos modos, salida en cada uno de ellos, pero yendo a parar a callejones nuevos en los que prevalece aquella frase de Kafka que figura en mi imaginario escudo de armas: “Y no hay salida”.

Una entrevista colectiva a propósito de Dublinesca.

martes, 21 de diciembre de 2010

Mientras los allanamientos se agrupan y las presuntas historias detrás de los únicos tres detenidos por el intento de robo del 23 de noviembre en el kilómetro 38 de la Panamericana se multiplican –dos habrían sido ex socios de Martín “El Oso” Peralta, condenado por el asesinato de Axel Blumberg en 2004–, Jimmy Wales, desde su esfera de conocimiento universal en la web, insiste en pedir dinero. Una donación voluntaria y efímera. Incluso estrictamente simbólica. Porque, en definitiva, Jimmy Wales, a miles de kilómetros de la Panamericana, sabe que el poder está en los símbolos.

El blindado de Jimmy Wales, una reflexión sobre el poder de los símbolos, en El Identikit.
Hasta qué punto algunos cirujanos del progresismo –también el K– y algunos cirujanos del establishment prefieren tratar con un «fenómeno cultural» antes que con un «fenómeno político» estará por dilucidarse con el correr de los meses, durante los que, por supuesto, el riesgo de la #derrotacultural también acecha.

Cinco puntos  sobre bisturíes, en La Maquiladora

 

Mi cinismo estetizado y pretencioso me resultaba entretenido. Incluso me resultaba lucrativo. Era un modo de desnudar ciertas contradicciones –no se trata de convertir en hagiográfica la gestión kirchnerista– y también un modo de provocar. Entonces fueron surgiendo lo que los camaradas marxistas llamarían
«contradicciones». Era el único cínico «estetizado y pretencioso» en un mundo de imbéciles brutalizados por un cinismo que sólo era la implantación más grotesca de los peores ideologemas noventistas. Me leían y me rodeaban individuos que no eran cínicos por opción ni prejuicio, sino porque no podían ser otra cosa. Althusser se hubiera hecho un festín, pero yo me estaba quedando solo, o peor, rodeado de interlocutores inválidos. Voces ineptas. Gente aburrida. Gris.
Esto no se trata del discurso de un converso, sino del discurso de alguien espantado al encontrarse rodeado de imbéciles. De amas de casa. De sujetos que oscilan entre un idealismo inútil por impracticable y una postura apolítica –la otra gran mentira ideológica de los noventa– por abulia moral. No se puede estar donde el Poder te pide que estés.

Minuto 89, en La Maquiladora
«Conservación de la vida salvaje», dice el hidroavión de Sylvester Stallone. Ese es su manifiesto estético. Su poética. Su apuesta cinematográfica. Se ha dicho ya que, aquello que explota en «The Expendables», realmente explota. Y es verdad.


The Expendables, en La Maquiladora.

Paul McCartney en Buenos Aires. Sólo personalidades acomodándose como placas tectónicas de una entendible egolatría.
Ludmer y Mavrakis sobre Habana y Varadero Maravilloso, cuentos de Hernán Vanoli.

Una charla en Eterna Cadencia.

De qué hablamos cuando hablamos del #findelperiodismo
En
Amphibia.